lunes, 10 de noviembre de 2008

Sobre el ensayo y "De la voz al género" de Liliana Weinberg

- El Ensayo como forma discursiva puede invadir, mezclarse con otros géneros mimetizándose y borrando los límites entre ellos. De ahí una de las dificultades al definirlo.

“Es innegable que el ensayo, lejos de 'replegarse' en el sistema literario, avanza y se expande hasta permear otras formas discursivas. (…) ¿Dónde acaba el ensayo y comienza la ficción en Torri o Borges?”

“ (…) el ensayo es ‘literatura en potencia’ y se trata de un género marginal y contestatario, imposible de ‘domesticar’ sin que se lo desvirtúe y que no necesariamente está ligado por su origen al campo de lo estrictamente literario.”



- El Ensayo exige una actitud activa por parte de quien lee.

“El ensayo precisa de nosotros, sus lectores, para que se comprendan sus claves, sus guiños, sus debates, sus obsesiones, sus salvaciones: el ensayo, epifanía del sentido, nos necesita para que se produzca el milagro.”



- El Ensayo presenta posibilidades, funciones únicas, que sólo él ofrece, frecuentemente vinculadas a juicios de valor y en relación con lo subjetivo.

“(…) hay cosas que sólo el ensayo, con sus medios específicos, nos puede dar. El ensayo lleva una firma: el ensayo es ejercicio de responsabilidad por la interpretación de la cosa pública. El ensayo es una puesta en valor: no es nunca ejercicio literario gratuito y neutral, sino que antes bien examen de los más diversos temas desde el mirador del compromiso. El ensayo es interpretación: es ejercicio permanente de confrontación entre nuestros saberes y los nuevos datos que nos aporta la experiencia. El ensayo es diálogo, es mirada, es comprensión. El ensayo es ejercicio de memoria y de imaginación, y es siempre forma de recuperación de la comunidad perdida y restitución del sentido fracturado.”



viernes, 31 de octubre de 2008

Sobre el trabajo de argumentación: Notas de escritura


Objeto de la controversia:
Universidad Pública vs Universidad Privada: El papel de la UBA

Tesis principal sostenida:
La UBA cumple un papel fundamental en el proyecto de un país y una sociedad más igualitarios, desarrollados e independientes.



Releyendo el texto, me es posible reflexionar acerca de lo escrito desde otro lugar.
La cuestión de la universidad pública es un tema que me toca muy de cerca, simplemente por el hecho de tener la firme convicción de que es absolutamente fundamental, justo y necesario que exista. Debido a esto, reconozco que mis argumentos pueden llegar a volverse demasiado subjetivos, hasta emocionales, que llego a demonizar a las universidades privadas al calor de mi certeza. Incluso durante la escritura pude ver esto, sin embargo no intenté aplacar el impulso, lo dejé salir. Coincidió la escritura del texto con mi lectura de algunos textos del cuadernillo de Ensayo, particularmente con el de Umberto Eco, que dispararon ciertas reflexiones sobre el género (aunque después de estas lecturas, ya no sé si el ensayo debe ser llamado “género”), sobre cómo debía escribir mis textos argumentativos. Creo que cierto tono dramático, emocional, como dije antes, aún cuando no sea lo más apropiado para la tarea, es efectivo e interesante a la hora de la persuasión, de sentar una posición. Que desencadene acuerdos o desacuerdos en los lectores, es otro tema, pero me resulta atractivo el intentar plantear una polémica, y no simplemente plantarme en una posición tibia, al menos para esta tarea puntual a la que me dediqué. Así que, tal vez con intenciones de experimentar, de probarme, permití que “saliera” lo que sentí, al menos por esta vez.

Con respecto a cuestiones más técnicas, me resultarían útiles los comentarios acerca de la forma en la que estructuré el texto, si los argumentos que empleo, la tesis, etc son reconocibles, lo suficientemente claros, o cuál es su percepción al respecto.

Universidad Pública vs Universidad Privada


En los últimos años hemos sido testigos de la aparición/surgimiento de una gran cantidad de universidades privadas. La matrícula de estas instituciones aumenta con el paso del tiempo, mientras que lo opuesto sucede con la universidad pública, particularmente la Universidad de Buenos Aires. Múltiples motivos son los que desembocan en esta situación, en medio una fuerte crisis de la educación pública, en tiempos en que la UBA es blanco de numerosas críticas.

En este marco, resulta fundamental reflexionar acerca de la importancia de la Universidad pública, y, debido a su estrecha vinculación, de esta forma acercarnos a una pregunta fundamental: ¿qué modelo de país es el que buscamos?

Son numerosos los argumentos esgrimidos contra la universidad pública: las cuestiones políticas que se convierten en una realidad sumamente visible y cercana a los estudiantes en términos cotidianos, la fuerte carga ideológica, las irregularidades en el calendario académico, las complicaciones administrativas, las dificultades que para algunos plantea la formación ofrecida, y la lista sigue.

Muchos prefieren obviar estas circunstancias. Las universidades privadas ofrecen un ambiente ordenado y aséptico de estudio: dentro de impolutas aulas equipadas con aire acondicionado, con horarios perfectamente regulado, sin paros docentes que provoquen interrupciones en el curso sin sobresaltos de las clases, los estudiantes se preparan para desempeñarse dentro de una realidad que dista mucho de parecerse a estas cápsulas educativas. Y todo esto, solamente a cambio de una pequeña fortuna por mes.

Es real que la Universidad de Buenos Aires atraviesa tiempos convulsionados. Desde problemas edilicios hasta un caos administrativo, pasando por conflictos gremiales, todo atenta contra la universidad pública. Casualidad o no, júzguelo por sí mismo; aunque es innegable que esto pareciera trabajar curiosamente en función de aquellos que creen que la privatización es la mejor, y tal vez única, solución posible.

Sin embargo la UBA se mantiene en pie, y no sólo eso, sino que continúa formando a los más importantes profesionales del país, contribuyendo con investigaciones y proyectos; sobreviviendo a los obstáculos.

Aún aquello que es señalado como lo peor que tiene para ofrecer, puede ser contemplado como una ventaja, como algo que, en la actualidad, sólo ofrece la educación pública: la universidad debería ser el ámbito de formación política por excelencia, donde se impulse el compromiso y la participación en la democracia, un ámbito de debate y puesta en común, donde el conflicto sea visto como una posibilidad de avanzar con la superación y no como algo que debe ser tapado, evitado. La actualidad nos ofrece un panorama que no concuerda con estas ideas: basta con ver cómo las intervenciones en las aulas de estudiantes pertenecientes a agrupaciones políticas estudiantiles, son vistas como la peor ofensa y posible y comentadas con horror. Tal vez encontramos aquí uno de los motivos que engrosan las listas de estudiantes inscriptos en universidades privadas.

Es necesario reconocer, sin embargo, que las condiciones de cursada, los problemas de calendario, entre otras situaciones, acaban por ir en contra de los principios de la universidad pública. Muchos estudiantes que se ven obligados a trabajar a la par que estudian (los cuales constituyen la inmensa mayoría, y dentro de los cuales, sería lógico encontrar que la mayor parte de ellos es del origen más humilde), viajar desde puntos lejanos de la provincia o aún del país, encuentran imposible sortear estas dificultades extra académicas, por lo cual deben abandonar la carrera, para en algunos casos, aquellos que pueden, retomarla en universidades privadas sin prestigio, pero que tan sólo por pagar por asistir a clases, garantizan un horario ordenado, un trato condescendiente y un título seguro. Actuando como filtro, esto resulta en un estudiantado sumamente homogéneo en cuanto al estrato social del que provienen: clase media, que ha recibido una educación primaria y secundaria casi privilegiada, en su mayoría que no cuenta con su trabajo como único medio para mantenerse, etc.

Lo cierto es que todo en este punto, y frente al hecho innegable de que la educación es la piedra base que define cualquier sociedad, regresamos a la pregunta planteada anteriormente: ¿qué modelo de país pretendemos? ¿Qué profesionales buscamos que guíen su desarrollo? ¿Críticos, cuestionadores, inquietos, capaces de producir su propio conocimiento con las herramientas que les son dadas, o sumisos, conformistas, que tratan de hacer equilibrio sin desestabilizar, sin impulsar cambios, sin arriesgar?

Se trata también de establecer prioridades, de comprometerse con valores. Decir sí a las universidades privadas es aceptar que la educación no es un derecho para todos sino una mercancía negociable, que el conocimiento debe permanecer en manos de pocos, es regirse con las reglas del mercado y no de la equidad de la democracia. La UBA navega en tormentosas aguas, y se las arregla gracias al esfuerzo de docentes con enormes convicciones y compromiso, para seguir a flote; símbolo de la movilidad social que en algún momento permitió (y que aún hoy, a pesar de los obstáculos, sigue permitiendo) que hijos de analfabetos se conviertan en médicos, símbolo del país que muchos queremos.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Reseña de Río Arriba: Buscando raíces


Una historia familiar, un ingenio azucarero, un bisabuelo enaltecido por todos sus sucesores y a quien hay que agradecerle los sacrificios hechos por la familia, varias preguntas alrededor del asunto que pinchan el costado. Las raíces no siempre se encuentran bajo la tierra. A veces, como para Ulises de la Orden, las raíces están río arriba.

Río Arriba es el documental dirigido por Ulises de la Orden filmado estrenado en el 2005, que indaga sobre su historia familiar y a la vez, sobre la historia de un pueblo. Emprende su viaje desde Constitución con su mochila y las incógnitas que pretende revelar rumbo a Iruya, en Salta. En etapas, a pie, a dedo, en la parte de atrás de un camión, en colectivo; su viaje hacia el corazón de la cultura kolla comienza en Tucumán, donde algunos familiares ya mayores le confirman lo vigentes que permanecen algunas creencias en la mente de las personas que vivieron para contar la historia y disfrutar de ella. Pero Ulises sabe que hay más que eso, y sabe también que debe adentrarse en la cordillera para conocer la otra cara de la moneda, lo que el progreso arrasó, dejó atrás y nunca regresó a reparar.

A través de paisajes casi demasiado hermosos para ser verdad, cerros brumosos y soles que rajan la tierra, de la Orden avanza río arriba hasta la soledad de las ruinas de lo que alguna vez sostuvo la vida de las comunidades kollas: sus terrazas, su dignidad; encontrando en el trayecto gente que revelarán algunas de sus preguntas, que hablando desde la sabiduría que poseen sólo aquellos que saben escuchar a la Naturaleza con lo oídos y sobre todo con el corazón, conforman el plato fuerte de la película, y una verdadera llamada de atención para nosotros, los habitantes urbanos, los que vinimos después , siempre ciegos ante la historia de los verdaderos dueños de la tierra.

Con numerosos premios cosechados, Río Arriba ha sido proyectada en festivales de cine y documentales alrededor de todo el mundo, esparciendo su cuestionamiento al insaciable avance de la cultura occidental en nombre del progreso y denunciando los estragos producidos por él. Sin embargo, el documental constituye tan solo una muestra más de las consecuencias sufridas por los pueblos originarios latinoamericanos. Está en nuestras manos qué hacer con su mensaje.

lunes, 13 de octubre de 2008

Ficha de Lectura: La Isla de los Mapas Perdidos de Miles Harvey



Sobre el autor y el libro

Periodista y escritor norteamericano, Miles Harvey se graduó en 1984 de la Universidad de Illinois. Trabajó para publicaciones como United Press International, In These Times y Outside. Para esta última revista escribe un artículo en 1997 llamado "Mr. Bland's Evil Plot to Control the World", basado en la historia del ladrón cartográfico Gilbert Bland. Esto despierta una fascinación tal en Harvey, que, sumada a una obsesión por los mapas heredada de su padre, se convertirá en el origen y disparador de su libro La Isla de los Mapas Perdidos. El libro, publicado en el 2000, se convirtió en best seller.
Harvey escribió también cuentos cortos para The Michigan Quarterly Review, The Sun y Nimrod, entre otras publicaciones.
Además de La Isla de los Mapas Perdidos, ha publicado Painter in a Savage Land: The Strange Saga of the First European Artist un Norht America y la colección Look What Came From….
Actualmente enseña en la Universidad de Northwestern y New Orleans y reside en Chicago con su esposa e hijos.


Síntesis

-Introducción: Aguas desconocidas

En este primer fragmento, Harvey va a describir, partiendo de dos artículos que desde la pared del cuarto en el que se encuentra escribiendo, cómo es que encontró sus motivaciones para dedicarse a La Isla de los Mapas Perdidos.
Así es que frente a él se encuentra un recorte del libro de consultas Who Was Who in World Exploration el cual resume la vida de Cornelious Houtman, un navegante y comerciante holandés del siglo XVI que junto con su hermano Frederick fueron encomendados con la tarea de conseguir las valiosas cartas de navegación portuguesas para el usufructo holandés. El fragmento representa para Harvey un recordatorio del poder de los mapas, de todo lo que los hombres pueden llegar a hacer para tenerlos en sus manos. Tal vez por esto, Harvey se declara, no un especialista, pero un “contemplador extasiado de las cosas cartográficas”.
De la mano de los Houtman y el papel desempeñado por ellos, realiza un recorrido histórico acerca de las disputas entre países exploradores en siglos pasados, y se concentra en la rivalidad entre Portugal y Holanda.
El segundo artículo en la pared de Harvey, es una noticia publicada en The Chicago Tribune sobre el ladrón de mapas, Gilbert Bland. Aparentando no tener más intenciones que revisar los libros raros de las bibliotecas, Bland lograba recortar los mapas de los libros y escapar con ellos, lo cual había sucedido en numerosas ocasiones y en distintas partes del país.
Para Harvey, quien en ese entonces permanecía leyendo y escribiendo sobre aventuras para la revista en para la cual trabajaba, Outside, pero sin embarcarse en una él mismo, la historia de Bland funcionó de disparador para numerosos interrogantes: ¿Qué motivación impulsa a una persona a robar mapas como lo hacía él? ¿Qué poder ejercían estos objetos? ¿Era el impulso de coleccionarlos y acopiarlos lo que movía a Gilbert, o se trataba sólo de un ladrón que provee al mercado negro movido por el dinero?
Harvey descrubrirá en Gilbert Bland al “Al Capone de la cartografía” y deberá rellenar, interpretar, encontrar sentidos, investigar su vida de la misma manera que tantas veces lo hizo con los mapas que admiraba, y sin darse cuenta, se adentra en su propia aventura.


- Capítulo 5: Cómo hacer un mapa, cómo llevarse un mapa

El segundo texto de Harvey se divide en dos partes.


1- Cómo hacer un mapa

Como indica el título, en este fragmento, se nos cuenta acerca de la confección de mapas, y de cómo esta implica múltiples etapas y la combinación de cantidad de disciplinas y conocimientos diferentes: la astronomía, sin la cual la cartografía no hubiese podido desarrollarse, la utilización de instrumentos de medición cuya invención data de siglos atrás, testimonios de todo tipo de personajes, etc. Porque está tarea, dice Harvey, es más que un arte o una ciencia; es alquimia. Es describir territorios en el sentido geométrico y al mismo tiempo en el poético, poder percibir la enorme cantidad de profundidades, matices y escalas. Así, los mapas requieren una planificación.
Después deben ser reproducidos, lo cual implica un complejo proceso aparte. Es necesaria la creación de una placa que sirva de molde para realizar nuevas copias, que luego deben ser impresas y coloreadas individualmente, por lo cual se convierte en un trabajo muy extenso y exigente.
Es por eso que la imprenta representa un cambio radical en la concepción del mundo a partir de mapas. Harvey lo resume en una frase: “Por primera vez el mundo entero puede ver al mundo entero en su conjunto


2- Cómo llevarse un mapa

En contraste con lo extenso de construir un mapa, robarlo y escapar con él, puede ser cuestión de segundos.
Y eso es lo que intenta mostrar Harvey dividiendo su capítulo en dos: el costo de hacer un mapa con todas sus implicancias, y la rapidez con que puede esfumarse si alguien se propone hurtarlo.
Así es que nos enteramos de cómo Gilbert Bland robaba sus mapas, escondiendo una hojilla de afeitar entre sus dedos y disimuladamente pasándola por el contorno del mapa, para luego huir.
Luego, Harvey se interroga acerca de los motivos por los cuales estos ladrones de mapas actúan.
Entonces aparece la idea de frontera, lo cual no es casual tratándose de expertos en cartografía. Harvey dice: “…no son simples líneas en papel, sino poderosas metáforas psicológicas”. Implican territorio prohibido, transgredir límites. Estas bibliotecas de las cuales los mapas son tomados, son también territorios prohibidos, análogas a los templos antiguos donde se guardaban los escritos sagrados.
Son distintos efectos los que puede generar la “profanación” del templo o, en este caso, la biblioteca, en el ladrón. Hay un impulso que puede surgir en la euforia de transgredir una frontera. Desde un enfoque psicológico, existen los cruzadores de fronteras compulsivos, como llama a quienes cruzaban el Muro de Berlín compulsivamente con el objetivo de pasar de un estado psicológico a uno mejor. Puede que el móvil de la transgresión, siguiendo en la misma línea, sea una búsqueda de la identidad o de un lugar al cual pertenecer. Tal vez sea simplemente movido por el placer de la apropiación.
En cualquier caso, las fronteras son poderosas herramientas de robo.


Resonancias

Los textos de Harvey recuperan temas tocados en el texto de Celia Güichal, Una metáfora viva, sobre el cual realizamos notas:



El mapa. El trazado del mapa es de alguna forma una variante al acto de nombrar. La relación territorio-mapa y la permanente tensión entre uno y otro: aunque el mapa represente al territorio, nunca llegará a serlo, siempre existirá lo imprevisto, lo real, separándolo.

Escritura y viaje como formas de aprender a ver.Para viajar no es necesario recorrer grandes distancias, sino cruzar una zona de frontera. Frontera física, geográfica. Frontera literaria, el comienzo y el final de un texto, etc. La zona de frontera representa peligro, no hay regreso a las cosas como eran antes una vez que se cruza la frontera (caso de Rodolfo Walsh).

El mapa y la frontera son dos de los principales conceptos del texto de Harvey. Sin embargo, se abordan los temas desde un punto de vista diferente.
Respecto del primero, Harvey no tiene en cuenta las distancias que propone el texto de Güichal. Para él, el mapa es una representación de la Tierra que puede guardar tantas profundidades y complejidades como la real, de ahí su fascinación.
En cuanto a las fronteras, tomadas por Harvey al indagar sobre los motivos que llevan a los ladrones de mapas a cometer su crimen, coincide ambos textos en la visión de que existen diferentes tipos de fronteras, no sólo físicas, sino literarias, psicológicas, etc. También en contemplarla como un punto de quiebre, que al atravesarla se produce un cambio en quien lo hace, una transformación en las cosas, una renovación.

Pensando nuevamente en las notas tomadas a partir de Una metáfora viva, había considerado para mi trabajo de argumentación, al menos como una primera idea, el tema de “El viaje y su narración”, para el cual se utilizan como referentes a Caparrós y Monteleone, y que tocan cuestiones como la mirada del viajero, la estrecha relación entre el viaje y la posibilidad de narrarlo, etc. La primera impresión sería que el texto de Harvey no se toca demasiado con estos temas. Tal vez el punto más cercano, que es común a todo viaje, que es lo que impulsa a Miles Harvey, tal vez a Gilbert Bland y a los ladrones de mapas, a los hermanos Houtman, a todo aventurero, sea la búsqueda. Búsquedas de todo tipo: de identidad, de un hogar, de un objeto, de una transformación.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Notas sobre textos sobre el Viaje

-Una metáfora viva, Celia Güichal

-Las figuras del viajero

-Citas sobre el viaje


Es justamente el viaje la metáfora viva de la que habla el título. Esto se apoya en la afirmación de que hay ciertas palabras “que tienen la capacidad de despertar imágenes desde algún lugar común del deseo y del misterio para comunicarlas con el plano de las ideas, los conceptos y con el territorio de los hechos y de la acción”. El viaje, afirma, es una de esas palabras capaz de “impulsar algún tipo de movimiento”, de “despertar fuerzas”.
A partir de esto, entonces, el texto toma algunos de estos movimientos y fuerzas, asociaciones, campos del conocimiento de la mente humana que se asocian al viaje y que este toca:

- La conexión del viaje con la escritura. Una misma paradoja en común, la profundidad se esconde en la superficie.

- Nombrar es ordenar, clasificar. Esta no es una acción neutra, sino que implica un ejercicio de poder. En este punto nombra a Mary Louise Pratt, quien remarca el carácter violento, aunque tal vez no demasiado evidente, de este acto en el caso de los viajes científicos y de las clasificaciones que se realizan.

- El mapa. El trazado del mapa es de alguna forma una variante al acto de nombrar. La relación territorio-mapa y la permanente tensión entre uno y otro: aunque el mapa represente al territorio, nunca llegará a serlo, siempre existirá lo imprevisto, lo real, separándolo.

- El viaje y su narración. Inseparables uno del otro desde su definición. Martín Caparrós se refiere al relato de un viaje que se realiza como una amenaza que obliga a agudizar la mirada, a afinarla, a observar aquello que no se observaría de otra forma. Esa mirada que da sentido al viaje y que se debe a la posibilidad de relatar un periplo.
Jorge Monteleone completa y refuerza lo dicho afirmando que relato y viaje son connaturales entre sí, y que es condición de existencia del viaje la posibilidad de ser narrado. Y va más allá: no sólo de ser narrado, sino de ser escrito; de ser escrito y también de ser leído.

- Regresar y narrar (vinculado con el punto anterior). La narración posterior a un viaje precisa de una distancia entre lo vivido para poder trasladarlo a palabras. Walter Benjamin es traído en este punto debido a la metáfora que este introduce: el taller medieval como espacio donde aparecen e interactúan dos figuras que conjugan las características del narrador, el maestro sedentario y el discípulo vagabundo.
Es importante que en este espacio del taller medieval que propone Benjamin, lo que sucede es que encuentran expresión las condiciones de escucha ideales, es el centro de la red de transmisión de la narración. Actualmente, debido a la falta de un espacio tal, esta red se encuentra desarmada, faltan esas condiciones de escucha.

- Viaje como forma de saber. Forma de conocimiento que implica el cuerpo, un saber indiciario. Carlo Ginzburg desarrolla esta noción. Estos conocimientos, según Ginzburg, se basan en la experiencia (se guía por indicios, huellas, señales, etc.) , no pueden ser formalizados como cualquier otro saber. La figura que representa este tipo de saberes del hombre, se encarna en la del cazador.

- Viaje y escritura. Escritura como forma de viaje. Elementos comunes a escritura y viaje.
El trazado del mapa se hace presente en ambos ámbitos con esa doble dimensión entre el orden y la planificación y lo imprevisto y la necesidad de que esto aparezca.
Marc Augé habla de la urgencia de aprender y volver a viajar a lugares cercanos, para así aprender a ver. Escritura y viaje como formas de aprender a ver.
Para viajar no es necesario recorrer grandes distancias, sino cruzar una zona de frontera. Frontera física, geográfica. Frontera literaria, el comienzo y el final de un texto, etc. La zona de frontera representa peligro, no hay regreso a las cosas como eran antes una vez que se cruza la frontera (caso de Rodolfo Walsh).

- Viaje y lectura. Indisociables. Viaje atravesado por entramados previos, Cardona dice “impresión de dèja vu”, se repiten situaciones narradas y hasta las propias palabras que se utilizan para hacerlo.
Ford se refiere a la frontera en este ámbito: cuando se cruza el umbral entre lectura y experiencia.

Así es que en los siguientes dos textos, Las figuras del viajero y Citas sobre el viaje, lo que encontramos son citas y definiciones que completan las “categorías” o los puntos importantes marcados en Una metáfora viva, en relación al viaje. Recopilan ejemplos más concretos de las fuerzas que el viaje como metáfora viva, de acuerdo a la definición dada, genera.
Mientras que el primero de estos dos textos describe y define en forma de entradas de diccionario (de hecho, algunas de las definiciones están extraídas de uno) las diferentes formas que el viajero puede tomar, el segundo expone citas que hacen referencia al viaje, algunas de las cuáles aparecen en Una metáfora viva y que aquí se ven ampliadas. Además, la mayoría de los subtítulos que organizan las citas a lo largo del texto, coinciden con los puntos de importancia del texto de Celia Güichal que expuse en estas notas.

lunes, 26 de mayo de 2008

Notas sobre “El héroe de las mil caras: Psicoanálisis del mito” de Joseph Campbell

El mito a través del sueño y del psicoanálisis
  • Campbell expone la relación mito-sueño. Afirma que el mito tiene la función de suplir los símbolos que permiten al hombre avanzar, compensando las fantasías que lo atan al pasado; de ayudarlo a través de las transiciones de una etapa a otra.
  • Estos símbolos no pueden ser suprimidos de la psique del hombre de ningún modo, y son además, universales y comunes en todas las culturas, en todos los tiempos. Esta es una de las claves del mito: es posible extraer de toda leyenda, cuento tradicional o de hadas, un esquema común para todos ellos; al igual que los símbolos, en los cuales justamente, las mitologías se apoyan, que son comunes para todos los hombres.
  • Utiliza argumentos propios del psicoanálisis para apoyar sus afirmaciones y traza paralelismos entre ciertos rituales y los pasos que se siguen en las sesiones de psicoanálisis. La idea es que estos ritos y sus símbolos y formas, provienen de la misma psiquis del hombre, son los mismos que se le presenta a este en los sueños.
  • Desarrolla particularmente los rituales de tipo iniciático, justamente por lo explicado anteriormente, y porque en estos casos se hace evidente más que nunca cómo son necesarios para determinadas culturas para poder concretar el paso de un estado a otro, como en sucede en el ejemplo citado sobre ciertas tribus aborígenes de Australia, donde el niño es circuncidado y marca así su separación de la madre y es integrado al grupo de los hombres.

El héroe y el viaje

  • Campbell afirma que la aventura mitológica del héroe puede ser resumida en una fórmula: separación-iniciación-retorno. Este parte de un lugar conocido y cotidiano hacia otro que representa totalmente lo opuesto, donde tendrá que atravesar pruebas, regresando victorioso a compartir aquello que ha adquirido. Ejemplos contundentes de la validez de este esquema, son las grandes narraciones relacionadas con la religión.
  • El viaje, la separación de eso que está naturalizado en el individuo, es imprescindible. Lo realmente creador, afirma Campbell, nace en una especie de muerte respecto del mundo, durante un período de inexistencia del héroe.

El mito en el tiempo

  • Finalmente, Campbell habla de lo que sucede a un mito a lo largo del tiempo. Ciertas imágenes pierden validez, y son modificadas. Ciertos temas deben ser reinterpretados y a veces es necesario recurrir a explicaciones secundarias para que sea posible entenderlos. Se corre el peligro de que a la luz de los avances científicos, los mitos sean interpretados con una lógica científica también, quitándoles todo su valor y convirtiéndolos en obsoletos. La solución estaría en un cambio en el análisis: lo que el individuo debe buscar en un mito, no son “aplicaciones a asuntos modernos, sino huellas iluminantes de un pasado inspirado”.
    Habla también, de cómo los mitos y los cuentos de hadas pierden vigencia en la modernidad, de cómo su función es distorsionada. Atribuye la culpa a que se ignora y mal interpreta: lo que en realidad expresan las mitologías es la trascendencia de la tragedia del hombre. Va más allá de los meros hechos que narra.

La idea principal, entonces, que se extrae del texto, es que todo mito o leyenda, responda a un diseño que encontraremos indefectiblemente en todos ellos, el cual es válido universalmente. Esto puede tener dos consecuencias: por un lado, al responder a un patrón que todos conocemos, ya sea porque son historias que escuchamos desde la infancia o porque se componen de símbolos presentes en nuestro inconsciente, hace posible que todos puedan comprender el mito.

Por otro lado, siendo esta la perspectiva con la que me siento identificada, produce que esas historias suenen a cliche, que no nos detengamos a pensarlas más que como cuentos de chicos. A la luz de las circunstancias en las que se vive en la actualidad, de otras narraciones (Campbell mismo, utilizando Ana Karenina de Tolstoi, habla de cómo la novela moderna es en cierta forma el mito modificado, que de otra manera carecería de interés para la sociedad moderna), de la gigantesca cantidad de información disponible, de los conocimientos científicos, etc. las historias mitológicas nos parecen inofensivas e inocentes.

El ver para creer domina nuestras formas de pensar como seres occidentales racionales, y esto sumado a lo distantes que resultan las mitologías, temporal y espacialmente, sus personajes sobrenaturales; en fin, casi todos sus elementos, las convierten en obsoletas, las reducen a meros cuentos fantásticos.

Sin embargo, si logramos despegarnos de esos preconceptos, si hacemos como propone Campbell, y buscamos las huellas iluminadoras, es innegable que al menos ciertos elementos son completamente válidos.

¿O puede alguien, por ejemplo, negar lo poderoso del viaje como experiencia de cambio? ¿No se siente cualquiera que emprende una travesía, una odisea, hacia otras regiones, un poco como un héroe mitógico que desafía sus posibilidades e intenta aprender, evolucionar en alguien mejor?

viernes, 23 de mayo de 2008

De guitarras y piyamas

No es novedad que muchas veces lo muy bueno, lo original, está bastante escondido, debajo de una considerable cantidad de porquería; y que todo lo que se necesita, es escarbar un poco. En la superficie un rock(anrolenen)* barato inunda las bateas de las disquerías en lo que a novedades se refiere; por donde se mire, acá, allá y ahí también, más de lo mismo.
Sin embargo, hay todo un escenario alternativo, menos rockero, más indefinible, aunque algunos lo denominan nuevo folk, más que interesante rodando bajo el mainstream. Sin embargo, permanece como un asunto para pocos, quizá porque la propuesta no ha prendido en otros públicos, o quizá porque así lo prefieren algunos, temerosos de que la masividad arruine algo que promete.

Todo esto nos lleva al hombre en cuestión. Y bueno, después de escuchar mil veces nombrar a alguien, ya va siendo hora de que lo conozcas, y por eso la cita que ya no se podía postergar más, quedó fijada para el viernes a las 00:00 en el Centro Cultural de la Cooperación, para conocer al fin a Guillermo Alonso, a.k.a. Coiffeur, y uno de los exponentes del circuito musical under que tan fructífero viene siendo en este último tiempo. El muchacho del Oeste bonaerense cuenta ya con dos discos en su haber, Primer Corte, editado en el 2005, y No Es, del 2007, los dos producidos muy a pulmón.

Después de nuevas idas y venidas para conseguir entradas (parece que para mí, si no es con complicaciones varias de por medio, no vale), finalmente ingresamos en el auditorio, en el que, completo como estaba, no entrarían más de 5o personas. Nunca había estado en un lugar así, el escenario ocupa una buena porción de ambiente, y hay solamente 3 filas de asientos, que son en realidad sillas con sus mesitas, y que dan la posibilidad de, sin sacrificar ni un gramo de la acústica privilegiada de un teatro, tomarse una cerveza mientras se escucha buena música . Y cuando me dí cuenta de eso, ahí sí dije, mejor imposible.

Casi sin avisar, el chico flaco sale a escena y se ubica en la silla que hay en el medio del escenario, rodeada en el piso por CDs y bowls de plástico de colores dados vuelta que juegan con las luces también de colores que hay en el techo. Silencioso, toma la guitarra y arranca.
Deliciosamente minimalista, se trata nada más que de él, su voz y su guitarra; nada más ni nada menos, porque evidentemente se conocen mutuamente más que bien, y por eso se potencian hasta las nubes. Desde el primer acorde va a ser una montaña rusa de matices articuladas desde la voz y los dedos, suave y sutil a veces, soñadora y vaga, poderosísima e intensa de a ráfagas. Alonso controla a voluntad tanto a las cuerdas de la guitarra como a las vocales, y eso que está haciendo ahora, hasta parece fácil.
Pienso, mientras bajo un trago de cerveza que No Es, el disco, es precioso, pero que nada se compara con la visceralidad que uno puede sentir emanarse en un buen vivo.

El repertorio intercalará temas del disco debut con otros de No Es, lo cuales son los que mejor recepción encontrarán en medio de un público muy BAFICI. También habrá lugar para algunos covers, testimonio de la desprejuiciada apertura musical (y mental) de Coiffeur, que le pondrá la voz tanto a un tema de Brian Eno como a otro de ¡Marcela Morelo!, que muchos recibimos con sorpresa (y algo de alivio, como si nos acabaran de autorizar a que dejemos de hacer como que no conocemos esa canción).

Hay algo de contradictorio entre la forma de hablar de Alonso entre canción y canción, demasiado bajito, casi susurrando, y el desparpajo y la intensidad con que rasguea la guitarra en canciones como "Qué mala suerte" o "Parece". No mira casi nunca al público, pero está vestido con un piyama y descalzo como si nada. Parece introvertido, pero cada vez que abre la boca para cantar, expone ahí afuera algo que claramente viene de bien adentro. La intimidad se extiende en cada rincón de la sala, la proximidad entre él y el público, que escucha con total atención cada palabra, es irreductible. De ahí salga tal vez la timidez, para compensar la vulnerabilidad en la que lo dejan sus canciones.

Había llegado esa noche al CC de la Cooperación arrastrando una semana complicada y con el ánimo por el piso. Para las 2 y pico de la mañana, cuando dejé el lugar, mi humor no podría haber sido mejor. Una vez más, puedo dar fe de lo sanador de la música.



Para escuchar un poco de este muy recomendable muchacho: http://www.myspace.com/noescoiffeur





* término acuñado por Diego Capusotto, el cual he adoptado e integrado a mi vocabulario de todos los días, y al cual a esta altura, por más que quiera, no puedo eliminar, básicamente porque, desde donde yo lo veo, no tiene sinónimos.

jueves, 22 de mayo de 2008

otoño



Hace frío, o eso hace creer el cielo negrísimo que de repente avisa que va a caer una intensa lluvia, una que tiene algo del chaparrón fuerte y breve del verano y otro poco de las lluvias sostenidas, constantes del invierno. Ni una cosa ni la otra todavía, o las dos a la vez.
Y estoy justo frente a la ventana. Puedo ver los últimos pisos de los pocos edificios bajos que hay cerca y las copas de algunos árboles, que son pocos también. Solos, melancólicos, tristes; se recortan delante del cielo que amenaza con hacerlos desaparecer, envolverlos y que nadie, nunca más, los vuelva a ver.
Y veo, por primera vez, que ya es otoño, el otoño que tiene un sonido y una voz, que es suave y placentera y cálida, aunque casi insoportablemente inquietante también.
Para mí, el otoño suena como Nick Dake.



Pink Moon - Pink Moon (1972)

Northern Sky - Bryter Layter (1970)

lunes, 19 de mayo de 2008


Veinte horas atrás había subido a un micro con un montón de personas que eran, en su mayoría, prácticamente desconocidos. Bueno, los conocía del colegio, de vista, pero mi colegio era muy grande y tenía muchísimos alumnos y yo nunca me caractericé por ser la persona más atenta del mundo cuando se trataba de registrar a la personas. Así que sí, eran desconocidos. La verdad era que estaba muerta de miedo.

Siempre, desde el día que entrabas a mi colegio, todos hablaban de Formosa. Desde hacía ocho años, los alumnos más grandes, tenían la opción de participar de algunos de los 6 grupos que se armaban, y dedicar 10 días de sus vacaciones de invierno a viajar a un barrio de Formosa y trabajar ahí con la gente, de acuerdo a los objetivos que se plantearan en el grupo. Ese año habíamos sido casi 200 los que salimos del colegio un viernes a la noche. El año anterior, un esguince de tobillo había hecho que no pudiera ir. Ese año no había querido terminar igual.

Y ahora ahí estaba. Adelante mío, la ruta angosta con doble mano. Cada treinta segundos pasaba un camión con acoplado a toda velocidad y me dejaba tambaleándome en mi lugar. Cruzando la ruta, nada. Por lo menos eso me parecía.

Estaba rodeada de bolsos y bolsas de dormir y paquetes y cajas con rótulos que habíamos armado la semana anterior. El micro se había ido, y nos había dejado solos, a los 30, al borde de la ruta. Todavía teníamos que cruzar la ruta y llevar todas las cosas hasta la capilla donde nos quedaríamos. El calor era insoportable, a pesar de que era pleno Julio.

San Juan se llamaba el barrio que nos habían asignado, y era ya el cuarto año que se visitaba ese lugar; a pesar de que nunca se superaban los 3 años, se había hecho una excepción. Con los días me enteraría a través de los que estaban repitiendo la experiencia, la historia del lugar. Ahora simplemente observaba todo. Lo primero que se veía cuando se entraba al barrio era a la derecha, sobre la ruta, una casa enorme, casi una mansión con pileta y todo, rodeada por un paredón que superaba los dos metros, a través del cual nos llegaban los ladridos histéricos de varios perros. Siguiendo por la callecita (de tierra, obviamente) llegábamos a la capilla casi abandonada. En realidad era una especie de galpón, donde dormiríamos, con un altar en un extremo, dos cuartitos conectados, y una cocina precaria afuera; todo ubicado en un terreno delimitado por algunos palos y alambre. Claro, había dos arcos improvisados. Pero ni baño, ni agua: una letrina en el fondo y una bomba de agua afuera. Doña Sara, nuestra vecina de enfrente, era una viejita que vivía sola en la única casa propiamente dicha que vi allá, nos prestaba el baño durante el día, y en el fondo del terreno de su casa, había una estructura de cemento y un quincho que serviría para que instaláramos el tanquecito que pretendía calentar agua para que pudiéramos bañarnos (lo cual raramente sucedía, y era todo un acontecimiento).


Una vez instalados, las cosas pasaban muy rápido. Nos levantábamos a las 7 tiritando de frío, para a las 3 horas estar ahogándonos de calor. Dividíamos el día entre San Juan y Santa Isabel, el barrio más cercano al que llegábamos en un colectivo que tomábamos en la ruta y que copábamos cada vez que los 30 teníamos que trasladarnos. A la noche terminábamos muertos de sueño, más de una vez me quedé dormida sentada mientras alguno hablaba o tocaba la guitarra.

Por eso, porque siempre había algo que hacer, alguien con quien jugar o con quien hablar, y porque la cabeza se vuelve un torbellino cuando hay tanto que pensar y procesar; por eso creo que m cabeza pudo retener imágenes fragmentadas de esos días. Algo que alguien dijo o escuché, algo que vi u olí o comí.

El humo era una constante allá. Venía de los hornos de ladrillos que había a unas cuadras de la capilla (aunque allá todo está a unas cuadras de algo más), donde empezaba el monte. Varios hombres se juntaban en torno a bloques enormes de barro y durante 5 días tenían que mantener el fuego vivo, y una vez pasado ese tiempo, se dejaba enfriar y se extraían los ladrillos de la gran masa. Nos lo contó una vez uno de esos hombres a mí y a dos de mis compañeros cuando fuimos a hablar con ellos, y me acuerdo que sus ojos estaban lagañosos y muy irritados y rojos, y casi no los podía abrir, supongo que por culpa del fuego. Esa era una de las changas que usaban para sobrevivir.
Pero el humo estaba ahí, todo el tiempo, en el aire, en la gente, en el pelo de los chicos que se me trepaban y en mi ropa, y finalmente, en mí misma.
"Igual que el hijo de Fulano, que ahora se fue al interior a ayudar a la gente". Escuché esa frase muchas veces, y todas esas veces me reí para mí misma. "Qué idiotas nosotros- pensé- que creemos que venimos a ayudar a alguien". Aprendí lo digna que eran esas personas, que viviendo en lo que, a nuestros ojos, eran condiciones lamentables, que además sentían el deber de ayudar a "los que no tienen". Aprendí que aun teniendo las mejores intenciones, la prepotencia con la que nosotros viajamos hasta allá, era enorme y ridícula y odiosa.

Hacía meses que no llovía, y el viento era intenso, y la tierra volaba constantemente todo el día metiéndose en los ojos. El agua escaseaba. El sol me aplastaba cada tarde cuando salíamos a recorrer las casas del barrio (al principio, en otra muestra de nuestra prepotencia estúpida, lo llamábamos "pueblo". Más de una corrección orgullosa hizo que nunca más nos equivocáramos) y a visitar a los que quisieran abrirnos la puerta. En esas visitas probé la sopa paraguaya, la milanesa de yacaré y las empanadas de carpincho. Y todas estaban buenísimas.

Era inexplicable para nosotros que los chicos estuvieran vestidos con pantalones largos y buzos con la temperatura que había. Claro, acostumbrados a 50ª del verano, unos 30 o 35 en invierno no era nada. Pero además no tardamos en darnos cuenta de otra cosa: los mosquitos nos torturaron durante todos esos días. No había parte de mi cuerpo que no estuviera cubierta de ronchas gigantescas. Tal vez debería haber usado mangas largas yo también.

Además de las visitas a la gente del barrio, organizábamos apoyo escolar y distintas actividades, para los chicos, los cuales estaban en la puerta de la capilla desde el momento en que nos levantábamos hasta que teníamos casi que echarlos porque nos teníamos que ir a dormir a la noche. Enloquecían por lápices y crayones y dibujos para pintar, y después nos los regalaban a nosotros. También traían sus tareas del colegio para que los ayudáramos.

Mica tenía 13 años, y me pidió que la ayudara. Le pedí que me leyera las consignas y me miró. "A ver, tratá, yo te ayudo" le dije, y traté de animarla. Era raro. El día anterior se había llevado a su casa un libro de los que teníamos en la biblioteca que armamos allá, y cuando volvió al día siguiente se lo leyó a su hermanito, ahí en frente mío. Hablé con ella y entendí. Mica no sabía leer. Había memorizado el libro, en su casa se lo había leído su hermana. Quise saber cómo se las arreglaba en el colegio, qué decía su maestra. No me pudo contestar y los ojos se le llenaron de lágrimas, me pidió que no se lo contara a nadie.

Volvíamos a la tardecita de dejar a los chicos. Algunos vivían lejos, en el medio del monte, como Lucas y Joaco, que eran los hermanitos de Mica. Eran muchos los chicos que venían, pero uno siempre tiene un favorito. Los míos eran Lucas y Joaco. Eran de Boca, y nos peleábamos por eso. Se mataban de risa ellos. Y vivían en el monte. Los pastos te llegaban hasta la cintura ahí, y a esa hora ya casi no se veía nada, y los chicos nos asustaban diciendo que tuvieramos cuidado, que había serpientes. Claro, a nosotros encima, que gracias si en nuestra vida habíamos visto un pollo en algún lugar que no fuera el horno y con papas. Los llevabamos a caballito hasta su casa. La casa de Lucas y Joaco de afuera parecía más un cuarto solo que una casa. Tenían un pozo afuera, para sacar agua, y un montón de gatitos. Un auto que no andaba también ahbía afuera de su casa.
Cuando llegábamos a dejarlos siempre alguien observaba disimuladamente desde adentro. Algunos nos saludaban, otros nos miraban con desconfianza.
El papá de una de las nenas, Lorena, nos acompañaba a veces. Tenía siempre un olor a vino suficiente para desmayar al que se acercara más de un metro a hablarle. Me daba lástima a mi. Allá es muy común eso, y es triste. Muchos hombres, todos casi, se quedaron sin trabajo, no tienen ninguna ocupación, y no hacen más que chupar todo el día. Es raro encontrar alguna familia completa, con padre y madre. Y más raro todavía encontrar una en la que no haya padrastos o madrastras.

Fueron fundamentales para mí durante esos días mis compañeros, que ya no eran desconocidos, ya eran amigos. O algo más. Eran las únicas personas que sabían exactamente cómo me sentía yo en ese momento. En diez días uno puedo aprender mucho sobre las personas que nos rodean, de verdad mucho. Vi a gente por la que no daba dos pesos antes de conocerlos, comportarse de la manera más noble y comprometida que podría haber imaginado. La colaboración era una constante, todos ponían su parte, ayudaban en lo que podían, conteniendo al otro. Discutíamos y nos peleabamos, pero era bueno, porque las discusiones eran causadas por el compromiso que habíamos tomado, por la certeza de que había algo bueno por hacer y de que había que llevarlo adelante hasta las últimas consecuencias. Aun cuando no dábamos más de cansancio, cuando teníamos que levantarnos tempranísimo, siempre había alguno con la mejor voluntad dispuesto a bombear agua del pozo para que pudieras lavarte el pelo, o a llevarte la mochila o a tocar en la guitarra una canción que te gustaba o nada más hablar. Y ninguno era perfecto, ni un santo, ni nadie extraordinario. Simplemente pasaba que todos teníamos ganas de hacer algo bueno.

Los distintos grupos que habían salido del colegio, igual que cada año, eran distribuídos en diferentes barrios. En teoría, a cada barrio se iba hasta 3 años seguidos, y después se comenzaba el proyecto en otro barrio, y así sucesivamente. El objetivo era dejar en cada lugar a un grupo de personas que hicieran durante el año y que continuaran cuando nosotros nos fuéramos las mismas actividades que habíamos llevado adelante. Pretendíamos ayudar en lo que pudiéramos a la comunicación entre la gente dle barrio, que muchas veces estaban divididos por chismes y conflictos que podrían parecer hasta tontos. Nosotros contábamos con una ventaja enorme (y aun hasta hoy, para mí inexplicable): parecía increíble, pero lo que "los misioneros" dijéramos, todos lo escuchaban allá. Nos recibían en sus casas, nos agasajaban, nos daban lo mejor que tenían. Nos ofrecían mantas y comida y todo lo que pudieran, aun antes de que nosotros hubiéramos tenido tiempo de demostrarles nada. Creíamos que podíamos aprovechar eso y dejarles algo.

Volví a mi casa demacrada, mal dormida, casi enferma, con varios kilos menos; en fin, hecha un desastre. Mis modales en la mesa prácticamente habían desaparecido después de comer sentada en el piso durante tantos días. No me importaba cómo me vestía ni si estaba arreglada o no, nada. Era como sacarse un gran peso de encima. De repente era tan obvio y evidente que había cosas realmente importantes y otras tan ridículas que no valían la pena...Reconozco de todas formas, que agradecí con el alma poder volver a bañarme (había podido hacerlo solamente dos veces, y a medias) y que no fuera a la intemperie y con agua fría.

Ahora, habiendo pasado un par de años, habiendo vivido otras experiencias en el medio, la perspectiva cambia mucho. No entiendo como pude pensar ciertas cosas. Por ejemplo, cómo pudimos creer, aunque sea un poco y en el fondo, en que realmente con solamente 10 días podríamos cambiar todo lo que pretendíamos cambiar. En primer lugar, cargábamos, sin darnos cuenta, con el presupuesto soberbio de que había algo que cambiar, y que nosotros eramos quienes podían hacerlo. Tal vez hubiese sido posible con más tiempo y con más preparación, ese dejar algo. Tal vez si hubiéramos tenido tiempo de amoldarnos más a ellos, de entender que no todo pasaba por nosotros. Pero en las condiciones en que sucedió todo, fracasamos.


Me fui de San Juan viendo a Joaco llorando desde el costado de la ruta y sabiendo que no lo vería nunca más, porque ese fue el último año en San Juan. Todos los días, todavía hoy, dos años después, sigo pensando en eso todos los días. Nunca supe si alguien se dió cuenta de que Mica no sabía escribir o cómo está Doña Sara.

Pero entendí que en realidad ese viaje era más para nosotros, para los que íbamos, que para los que estaban allá. Yo cambié y mejoré y crecí más que cualquier persona que yo haya conocido allá, intentado ayudar, por más absurda que me suene ahora esa intención. Es triste y cínico decir esto, pero es parte del proceso. Dolió aceptarlo. Pasé semanas callada y reflexiva cuando volví. Poco después fuimos con mi familia a pasar una semana a Cariló, y de alguna manera, sentí asco de mi misma.

Las cosas que viví allá fueron una visagra definitiva para mí. No pasa un día sin que abra la canilla y valore el hecho de que salga agua, y de que no tenga que salir a lavarme el pelo a una bomba de agua, y eso con suerte. Nunca más dejé un plato con comida para que la tiren. Tomé conciencia de algo que sabía, pero que ahora se hacía más real que nunca, que es que el lugar dodne vivo es una burbuja y que no tiene nada que ver con el resto del país; que se parece mucho más a Formosa que a la Capital.

En mi casa la política y las cuestiones sociales siempre fueron temas sobre la mesa. Crecí escuchando esas cosas, pensando sobre esas cosas. Pero una cosa es escuchar que ciertas cosas pasan y otra muy distinta es que eso pase a tener cara, nombre, familia, una historia. Siento esas cosas más cercanas y casi propias ahora. Puedo decir que lo vi. Y gracias a eso puedo hacer otras cosas al respecto.

Nunca entendí por qué motivo nos recibían con la calidez con la que lo hacían y nos hacían entrar a sus casas o por qué los chicos nos escribían esas cartas que inevitablemente te dejaban llorando a moco tendido, por qué me regalaban esas cosas cuando me fui o por qué lloraban. Yo sí tenía motivos de llorar, yo sí me iba con muchas cosas encima. Muchas más de las que nosotros les dejábamos a ellos.

El año siguiente volví, fuimos a otro barrio esta vez. Pero esa es otra historia.






* Esta es una especie de prueba del texto que, espero, esto lleguará a ser. En un principio había elegido otro viaje, escribí un texto sobre él y todo. Pero cuando estaba a punto de publicarlo me di cuenta de que era éste viaje del que tenía que hablar. Se me complicó un poco más tratar mi viaje a Formosa. Porque tengo muchas más cosas por decir (muchas que además no escribí) y porque tuvo consecuencias en mi vida que no sé si podré llegar a explicar.
Lo que escribí acá es una especie de recopilación de memorias, pero no quieor que el texto final sea así, así que lo voy a cambiar más adelante. Mi intención no era que sonara como algo muy cursi, aunque es difícil, porque las cosas que pasé en esos días fueron muy fuertes (más de lo que yo hubiera esperado) y a veces hay ciertas palabras que preferiría evitar, pero no encuentor otras para describir ese sentimiento en particular.
Por ahora subo este borrador, entonces, para que puedan ver un poco de qué se trata. Peor no creo que dude mucho así como lo ven.
Ah, y todo eso que expliqué es el motivo por el cual además, subí el texto tan a último momento.

domingo, 11 de mayo de 2008

Credo y técnica de la prosa moderna - Jack Kerouac

1. Libretas secretas garabateadas y desenfrenadas páginas mecanografiadas para tu propio deleite.
2. Resignado a todo, abierto, atento.
3. Trata de no emborracharte nunca fuera de tu casa.
4. Ama tu vida.
5. Algo que sientes hallará su propia forma.
6. Sé un loco santo de la mente.
7. Sopla tan hondo como quieras soplar.
8. Escribe sin base lo que quieras desde el cimiento de la mente.
9. Las innombrables visiones del individuo.
10. Ningún tiempo para poesía sino exactamente lo que es.
11. Tics visionarios temblándote en el pecho.
12. Con hipnótica fijación soñar sobre el objeto que tienes ante ti.
13. Elimina las inhibiciones literarias, gramáticas y sintácticas.
14. Como Proust sé un viejo dopado del tiempo.
15. Decir la verdadera historia del mundo en monólogo interior.
16. El centro preciso de interés es el ojo dentro del ojo.
17. Escribe para ti recordando y asombrándote.
18. Trabaja hacia fuera desde el expresivo ojo central, nadando en el mar del lenguaje.
19. Acepta perder para siempre.
20. Cree en el santo contorno de la vida.
21. Lucha para dibujar el torrente que ya existe intacto en la mente.
22. No pienses en palabras cuando te detengas sino para ver mejor el cuadro.
23. Conserva la huella de cada día en la fecha que blasona tus mañanas.
24. Ni temor ni vergüenza en la dignidad de tu experiencia, lenguaje y conocimiento.
25. Escribe para que el mundo lea y vea tus exactas fotografías de él.
26. Un libro de cine es la película en palabras, la forma visual Americana.
27. Elogio del Carácter en la Fría inhumana Soledad.
28. Composiciones salvajes, indisciplinadas, puras, brotando desde abajo, cuando más locas mejor.

A las dos últimas preferí cambiarles el orden:

30. Director-escritor de películas Terrestres Patrocinadas y Angelizadas en el Cielo.
29. Eres un Genio todo el tiempo.



Si Jack lo dice...

miércoles, 7 de mayo de 2008

el mensajero


las pierdras saltaban sobre la superficie fría e impávida del lago.
el silencio más profundo.
nada se movía. el cielo gris amenazaba con nieve.
una línea de luz naranja apenas tocaba el filo de las montañas blancas.


alguien se acercó corriendo. entre respiraciones agitadas escuchó las noticias.
eran dos ahora los que corrían colina arriba. dos sombras.
una pila de piedras quedó abandonada junto al lago.
ya ninguna se movería de allí.


un aullido desgarró el cielo al tiempo que un trueno resonaba entre las laderas.
una bandada de pájaros levantó vuelo asustada.
se fueron, abandonaron la tierra maldita.

se oyó un vidrio romperse. se deshizo en mil pedazos.
las partes volaron con los vientos. nadie nunca podría arreglarlo.




miércoles, 30 de abril de 2008

Sobre la zona narrativa

Me encontré con dificultades bastante grandes a la hora de ocuparme de este trabajo. Ya de movida, la narración no es el terreno en el que me siento más cómoda, así que cuando empezamos la primer parte del trabajo, con la actividad del anagrama, me encontré con que no podía salir de la idea que había tenido en un principio (la de una nena que viaja a Zara, que se me hacía infantil y poco interesante), como si porque había empezado a escribir sobre eso, ya después no había marcha atrás y tenía que seguir con la misma historia sin pode cambiar la dirección de la narración.
Esto no me resultó tan problemático hasta que tuve que hacer la segunda parte del trabajo, para ya complicarse definitivamente en la tercer parte, la "Construcción del personaje".

Así que por eso, las opiniones, críticas, comentarios o lo que sea, están más que bienvenidos ahora más que nunca.

Zona Narrativa: Parte III


Construcción del personaje

Tenía esa manía de llevar siempre conmigo objetos que en mi opinión, y en general en la de nadie más, podían serme útiles. Mis bolsillos siempre se estiraban bajo el peso de los millones de cosas que se iban acumulando ahí; porque siempre guardaba algo, nunca sacaba nada.
Esta vez, sin embargo, tendría que disimular, nadie podía sospechar de mi expedición. Así fue que me vi obligada a descargar parte del equipaje permanente que llevaba conmigo a todas partes.
La noche anterior a mi partida, escondida bajo las sábanas para que mis tíos, que pensaban que dormía, no notaran la lámpara encendida con la que me iluminaba, seleccioné cuidadosamente lo que llevaría conmigo. Salieron de mis bolsillos una tijera, un par de cordones, varias piedritas de colores que había encontrado en el lago, algunas flores secas, un peine y una cajita de madera llena de semillas. Entraron una navaja minúscula que había encontrado en uno de los cajones de papá, dos velas ya bastante consumidas, una cajita de fósforos con la cara de la reina de Inglaterra y el nombre de un hotel inglés en letras doradas al costado, un pañuelo con puntillas y mis iniciales bordadas, una foto con mis padres. Contando con que al día siguiente me escurriera a la cocina, tomara uno de los panes de mi tía, lo envolviera en el pañuelo y lo guardara en mi bolsillo, ya estaba lista, tenía todo lo necesario.

Zona Narrativa: Parte II


Los que se quedan

La tarde que Malena desapareció las nubes que amenazan con traer una tormenta de verano habían empezado a aparecer en el cielo.
No puedo decir que haya sido una sorpresa para mí que ella se fuera. El pueblo había comenzado a tornarse más y más sombrío en los últimos meses, con cada niño que desaparecía en la oscuridad del bosque. Montones de expediciones habían sido organizadas para buscarlos, todos los hombres del pueblo se habían turnado para recorrerlo en grupos de una punta a la otra y para hacer guardia en el límite entre nuestro pueblo y el bosque durante las noches. Y sin embargo los niños seguían desapareciendo. Llegó el día en que las madres empezaron a resignarse a no volver a ver a sus hijos regresar de sus juegos. Y con cada día la tristeza invadía otra casa, otra familia, hasta que el pueblo quedó ocupado totalmente por la desolación.
Cuando los padres de Malena, mis sobrinos, nos escribieron a mi esposo y a mí ese verano para hacer los arreglos pertinentes a la estadía de la niña en nuestra casa, tal como sucedía todos los veranos, por primera vez me vi tentada a decirles que no, que Malena no podía visitarnos. Me resultaba tremendamente doloroso, ya que la niña era encantadora, educada y alegre, y una compañía maravillosa para un par de viejos.
Sin confesarles a mis sobrinos el verdadero motivo de mi negativa, intenté convencerlos de que esta vez llevaran a la niña con ellos en su viaje; sin embargo, ellos insistieron en enviarla con nosotros, y finalmente no pude rehusarme.
Así fue entonces, que Malena llegó nuevamente a nuestra casa. Se hacía evidente con los días que había empezado a percibir que algo extraño sucedía en el lugar. Era extremadamente observadora y curiosa, aún más de lo común en los niños de su edad; lo cual representaba otro motivo más para alimentar mis preocupaciones. Intentando no controlarla en exceso, la vigilaba constantemente, intentando que ella no lo percibiera. Jamás le sacaba los ojos de encima. Y sobre todo, traté por todos los medios de que no se enterara de lo que sucedía con los otros niños de su edad en el pueblo. Sabía que siendo tan inquieta, no resistiría la tentación de investigar qué sucedía por sí sola.
Ese día, como siempre, observé cada uno de sus movimientos. Al finalizar el almuerzo, la vi escabullirse hacia los campos que rodeaban el poblado, y una nueva ola de preocupación me invadió. Prohibirle que se marchara no haría más que alimentar su curiosidad, así que simplemente me limité a saludarla a modo de advertencia.
Las horas comenzaron a transcurrir sin que se viera ningún rastro de Malena. La preocupación se transformó en terror, y junto a mi esposo recorrimos cada centímetro del lugar, cada casa, cada jardín, pero sin éxito. Se organizaron nuevos grupos para explorar el bosque. Malena no estaba. Lamentándome por no haber hecho caso a mi intuición en un principio, regresamos a la casa desesperados. Tendríamos que hablar con mis sobrinos, explicarles lo que había sucedido. Nunca me lo perdonaría.
Aterrorizada y sumida en la desesperación más grande, me desplomé junto al fuego. Era ya casi noche cerrada. Lo único que quedaba era esperar. Y fue en ese momento, cuando me encontraba ensimismada en mis propios pensamientos, que oí unos pasos ligeros y apresurados que se aproximaban a la puerta, acompañados por una respiración agitada y una tosesita ahogada. No podía ser...
Al otro lado de la puerta, se encontraba Malena, completamente despeinada y sucia, con su ropa desgarrada y raspones en los brazos. Pero lo más llamativo y terrible del aspecto de la niña, no era el estado de su ropa. Estaba pálida como un fantasma, ojerosa y con los ojos más grandes y tristes y brillantes que nunca. Se veía distinta, como si hubiera envejecido de preocupación de repente.
La abracé y rompió en llanto en mi pecho, y me rompió el corazón. Le cambié la ropa, le di leche caliente y la llevamos a la cama, pero no dejaba de sollozar desesperadamente. Cuando finalmente se durmió, fue en medio de pesadillas y sueños extraños que la hacían hablar y lloriquear y retorcerse en la cama. La fiebre no tardó en subir, y mi esposo se apresuró a buscar al doctor del pueblo. La niña además dejó de hablar, no pronunció palabra hasta su partida, cuando mis sobrinos, habiendo suspendido su viaje, volvieron a llevársela.
No fue hasta varios años después que volvimos a ver a Malena, pero siempre en la casa de mis sobrinos en la ciudad, nunca más en nuestro pueblo. Al parecer, la niña no había querido regresar. Y yo tampoco lo hubiera permitido.

Zona Narrativa: Parte I


El viaje

El día que encontré Zara permanece en mi memoria como algo brumoso, algo de lo que nunca estaré segura de si realmente sucedió o no, en especial cuando pasaron tantos años de aquel día.
De pequeña solía pasar cada verano varias semanas con unos tíos lejanos y bastante ancianos que tenía, mientras mis padres viajaban. Nunca me había molestado tener que hacerlo, me consentían y era hasta divertido para mí alejarme de la ciudad por un tiempo. Pero ese verano, cuando llegué al pueblo, me pareció más vacío y antiguo que nunca. Tenía un aspecto medieval del que nunca me había percatado antes, y casi no se veían niños o gente joven en las calles. Después de pasar una semana allí, comencé a aburrirme bastante y a sentirme agobiada por el aire desolador que se percibía en todo el lugar.
Una tarde llegó a la casa una amiga de mi tía. Se sentaron a bordar en el jardín, mientras yo jugaba a alguna distancia con los pollitos que habían nacido unos días atrás. Las escuché murmurar algo sobre el bosque y sobre los niños que se acercaban al límite entre el campo y el bosque a jugar. “Claro,-pensé yo-ahí es donde todos los niños deben estar” y decidí dirigirme el día siguiente a explorar.
El día que siguió, esperé hasta después del almuerzo para escabullirme a escondidas de la casa. Pensé que lo había logrado sin ser vista, cuando estando unos metros afuera, oí a mi tía gritarme “No vuelvas tarde, Malena”.
No tardé en llegar al límite entre el campo y el bosque, pero me tomé mi tiempo hasta decidir entrar. Los árboles eran terriblemente altos y tupidos, y ni un rayo de sol se filtraba entre sus hojas. De los niños que esperaba encontrar, no había ni rastro.
Intenté ignorar el temor que me inspiraba la oscuridad que se extendía delante de mí aún siendo pleno día; tomé aire, cerré los ojos y di un par de pasos hacia adelante.
Esperé uno segundos antes de abrir los ojos, lista para afrontar la negrura más intensa; pero lo que vi no podría haber estado más lejos de lo que esperaba encontrar. Un enorme arco de piedra en el que se leí “Bienvenidos a Zara” tallado, se erguía en la entrada de lo que, un poco más lejos de donde me encontraba, se veía como una ciudad. Perpleja, me volteé para ver donde me encontraba, y para mi sorpresa, contemplé que el temible bosque que hacía segundos se extendía frente a mí, se encontraba ahora a mis espaldas.
Dividida entre un terror atroz y una curiosidad tal que me resultaba difícil controlar, me lancé tan rápido como fui capaz a través del arco, y bajando la colina hacia el pueblo, hacia Zara. A medida que me acercaba, ocultándome tras árboles y piedras para no ser vista, comencé a distinguir pequeñas casas y comercios y gente que circulaba por angostas calles empedradas.
Después de pasar varios días en el colmo del aburrimiento, la perspectiva de explorar un pueblo extraño me resultaba irresistible. Era pequeña y rápida, y nadie me vería; así que observaría un rato a la gente y luego volvería a través del extraño bosque, a la casa de mis tíos. Ese sería el plan.
Divisé una piedra lo suficientemente grande como para ocultarme cerca de un corral con ovejas, ubicado en la parte de atrás de uno de los comercios, cuya entrada exponía maravillosos telares de los colores más extraordinarios que hubiera visto jamás y frente al cual circulaban montones de transeúntes. Me dirigí hasta allí y asomé mi cabeza.
No daba crédito a mis ojos: una multitud caminaba por laberínticas calles, todos hablando animadamente y sonrientes; una multitud compuesta por personas de todas partes del mundo: una pareja de orientales vestidos en relucientes kimonos se mezclaban con un grupo de mujeres africanas en vestidos de un naranja brillante: todas las etnias del planeta parecían haberse concentrado en el lugar. El aire olía a especias y a comida recién preparada, a flores dulces y a fruta madura. Desde alguno de los callejones se oían tambores y flautas y violines invadiendo el lugar con su música. La sensación de aburrimiento y tristeza había desaparecido completamente de mí, y observaba hipnotizada a todas esas personas que se veían tan felices. Donde mirara, todo era reluciente y brillante y cálido, y me llamaba a integrarme al bullicio alegre que se presentaba frente a mí. Estaba a punto de hacerlo, cuando divisé frente a mí a una señora de reluciente cabello rubio, casi blanco, salir de una casa ubicada frente a donde me encontraba. Abrió la puerta, y por una milésima de segundo pude ver lo que había dentro: a pesar de la densa oscuridad que reinaba en el interior de la casa, llegué a distinguir a una veintena de niños sentados en el frío piso de piedra, sucios y harapientos. La puerta se cerró y la horrorosa visión desapareció.Aterrorizada y sin pensar en nada más que en irme del lugar, emprendí la vuelta a la casa, entendiendo ahora qué era aquello que había oído murmurar a mi tía y su amiga el día anterior, cuando hablaron de los niños del pueblo. El bosque ya no me daba miedo, y lo atravesé aún más rápido que la primera vez.
Mis tíos creyeron que me había enfermado, dejé de hablar, estaba pálida y la fiebre me atormentaba por las noches. Preocupados, llamaron a mis padres, quienes suspendieron su viaje y vinieron a buscarme a penas les fue posible.
Nunca supe en realidad qué sucedió con los niños del lugar, mucho menos con los que vi en el interior de la oscura casa en Zara, porque a pesar de que mis padres intentaron convencerme, nunca quise regresar a pasar el verano con mis tíos.

lunes, 21 de abril de 2008

Elige tu propia aventura: Una noche en el BAFICI


Hall de Entrada

Para evitarles dolores de cabezaa más de uno por tener que leer todo lo que escribí en un arranque de entusiasmo, les facilito el camino, nada más tienen que elegir:



  • Si querés saber con lujo de detalles qué pasó cuando llegamos al cine, pasa por acá.


  • Si preferís saltearte las mil y una que tuvieron que pasar las pobres protagonistas para conseguir un asiento en la función e ir directamente a enterarte para qué tanto escándalo, Sala 1 arriba.


Afuera


Otro año de BAFICI. El décimo, para ser más precisa, aunque para mí recién es el segundo. 430 y pico películas a proyectar, de las cuales, obviamente, tengo que hacer una selección. Ardua tarea si las hay. Filtro número uno, entonces: Temas. La gran mayoría de los títulos no me dicen absolutamente nada, así que aunque pueda parecer mediocre, voy eso sobre lo que, creo, conozco más: sección música. Ahí sí, me acomodo un poco y elijo seis películas que quiero ver. Filtro número dos ahora: horarios. Es todo un tema esto hacer encajar todos los horarios y los días sin que ninguna función se superponga con otra ni con el resto de las cosas que tengo que hacer, teniendo en cuenta además que dormí con la venta anticipada, por lo que me veo obligada a dedicarle bastante tiempo extra a llegar con anticipación al cine en el día de la función si es que pretendo conseguir mi entrada; la locura que despierta el festival en los fanáticos del cine (y en los no tanto también) hace que las entradas vuelen y que muchas veces uno se encuentre con un odioso cartel de "Agotadas" en la boletería del cine, cuando tan entusiasmado se está por ver la película que, sabe, es muy poco probable que llegue al videoclub amigo, mucho menos aparecer jamás en la cartelera de todos los días del Abasto.


Tristemente y aún sabiendo lo rápido que desaparecen las localidades, más o menos eso es lo que me pasó a mí cuando el sábado a la noche llegué al Atlas Santa Fe con precavidas dos horas de anticipación para ver I'm Not There. El detestable cartel, casi como un "Te lo dije" impreso en papel, me esperaba en el vidrio de la boletería, donde la chica que vende entradas estaba estirando hasta longitudes insospechadas un chicle cuya mitad todavía estaba adentro de su boca.
Totalmente desahuciada me senté con mi amiga F en las escaleras de la entrada a esperar a mi otra amiga, V, que todavía no había llegado. Mientras F y yo hablábamos (en realidad F hablaba, yo hacía que la escuchaba, pero por dentro estaba sopesando las posibilidades que habría de asaltar a la primer persona con entradas para la película que se acercara a hacer la cola), tres personas más se acercaron a la boletería, se quedaron paralizados viendo el cartel, y se fueron cabizbajos y con cara de pollo mojado, más o menos como seguramente debí de haber hecho yo.

Por qué tanto problema por una película, dirán ustedes, si hay como cuatrocientas más. Bueno, además del hecho de que a los filtros ya mencionados se sume el filtro del humo-causador-de-alergias-y-resfríos que termina haciendo que la lista de películas que ibas a ver se reduzca de cinco a solamente dos, nuestra la película para hoy no fue elegida al tun tun, así como así. Resulta que I'm Not There es la biopic de Todd Haynes sobre Bob Dylan, y resulta también que yo soy fanática de Bob Dylan, pero un fanatismo que raya niveles enfermizos, eh...Mi amiga V comparte la obsesión conmigo, obsesión que además es vista con preocupación por el resto de nuestras amigas, que ya prácticamente se resignaron a dejarnos ser cada vez que, como poseídas, iniciamos enardecidas conversaciones dylanianas fundamentalistas. Mi amiga F, sin embargo, ocasionalmente trata de interiorizarse con el asunto, hace preguntas, escucha algún disco y emite su opinión; todo esto un poco porque le da curiosidad y otro poco porque nos quiere mucho. Como hoy, por ejemplo, que se acopló al dúo dinámico y con la mejor buena voluntad está dispuesta a pasar alrededor de dos horas tratando de pescar algo sobre este muchacho oriundo de Minnesota.

Pero volvamos a Santa Fe 2015 (o sea, al cine donde nos encontramos): V llega un poco después con la misma expresión desolada que las tres personas que pasaron antes que ella. Es temprano todavía, y arrastramos los pies hasta una heladería de ahí cerca (una heladería carísima, dicho sea de paso, donde el helado parece que importan desde los Alpes Suizos donde lo preparan artesanalmente ancianitas ciegas) para hacer algo de tiempo. Tenemos un plan: vamos a esperar hasta media hora antes de la película para ir a la puerta del cine, y esperar con los dedos cruzados que llegue alguien que por algún motivo no pueda asistir a la función y venda las entradas, como es moneda corriente en la antesala de muchas de las películas del BAFICI.
Así es que terminamos el helado de oro y encaramos nuevamente para el cine. Hay una cola que da vuelta la esquina,y me invade una oleada de odio hacia todos y cada uno de ellos, pensando que muchos deben haber comprado su entrada porque sí, por no tener nada más que hacer, mientras que para mí a esta altura es una cuestión de vida o muerte (tengo que aclara además, que mis ganas de hacer las cosas se multiplican por mil cuando sé que hay algo que me impide hacerlo).

Ensayamos entre nosotras la cara de víctimas para intentar inspirar compasión y nos sentamos en la puerta. Por lo que parece, no somos las únicas en esta situación. Una decena de personas rodea cual buitres la entrada del cine, y hasta hay un tipo, al que la calificación de "aparato" le queda más que chica, con un cartel pegado en el pecho que dice "COMPRO ENTRADAS PARA I'M NOT THERE". "Ah, pero mirá que ridículo" le digo a mis amigas con mi mejor tono de superada. Por dentro pienso "Si le llega a funcionar, hago lo mismo".

15, 10, 5 minutos para el comienzo de la proyección. Hace un rato ya que barajamos la opción de intentar sobornar al tipo que pide las entradas una vez que la puerta de la sala se despeje de gente con su legítima entrada en mano. Estamos casi en eso cuando vemos que dos chicas se acercan al aparato del cartel ¡¡¡y le venden una entrada!!! Nueva oleada de odio. No doy más de la bronca cuando mis amigas suben a hablar con el acomodador y yo me quedo en la cola de la boletería para preguntar si alguien devolvió alguna entrada. En eso dos chicos me preguntan si estoy por comprar entradas para I'm Not There, porque ellos tienen una de más,y yo, con una cara de emoción que definitivamente los asustó, les digo (casi les grito) que sí, pero que somos tres y necesitamos dos más. Otro chico, también aparatoso (cómo abundan en el BAFICI, aunque ya lo sabía no deja de sorprenderme) me indica a una chica de blanco que él creía, tenía entradas. Corriendo voy a hablar con la chica, que en realidad es parte de la organización, y que me responde que no tiene, que recién devolvieron una a la caja y eso es todo lo que hay.

Así que estamos de nuevo donde empezamos, porque además no sé bien por qué motivo mis amigas nunca iniciaron negociaciones con el señor de la puerta de la sala. Ninguna de las tres quiere dirigirle la palabra a la otra: a pesar de nuestros intentos desesperados por salvar la noche de sábado, sabemos cuál es el final inevitable: taza taza. Los ánimos ya no dan para otra cosa. Estamos casi al borde de la resignación, casi girando para irnos, cuando la chica de blanco se me acerca y me dice las palabras que nunca olvidaré en mi vida: "Comprá tres para Tale of Modern Lovers y subí que las hago pasar". Casi le doy un beso.

En tres segundos hicimos todo: boletería, hola-hola, dame tres, por favor, ¿te doy la libreta?, sí, dámela (la chica del chicle ni miró los tres papeles que le pusimos adelante), son12 pesos, gracias-gracias, subimos corriendo, entramos.

Lo primero que vimos cuando pisamos la sala enorme, fueron las cinco primeras filas totalmente vacías. ¿Tanto escándalo para esto, che? Entre el cartel de "Te lo dije" y la visión de semejante cantidad de butacas solitarias, tuve la sensación espantosa de que alguien en algún lugar del universo se estaba riendo mucho de mí. Nos sentamos en una fila lo más arriba que pudimos, con el cuello tirado tan para atrás como nos fue físicamente posible; no sin antes mirarnos entre las tres, contentas como nenitas. 1o segundos después que nosotras entran tres chicos, que se ubican exactamente en frente nuestro. El de buzo rojo mira a los otros dos, "¡Joya!" les dice. Supongo que por la aceleración que traen encima, deben haber pasado por algo bastante parecido a lo nuestro, y están contentísimos y me pongo contenta por ellos. Seguro que los tres tienen una entrada que miente Tale of Modern Lovers en sus bolsillos también.

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Adentro


Datos reelevantes para el que vino directamente a la Sala 1: quien les escribe y sus dos amigas, V y F, después de numerosas idas y venidas, finalmente logramos introducirnos en la función de I'm Not There, película que girta alrededor de la vida de Bob Dylan, de quien V y yo somos fanáticas obsesas. El trailer tal vez ayude a introducir mejor al film:



Vamos entonces a la película propiamente dicha. Yo en realidad, ya la había visto y V también. La paciencia no se encuentra entre mis virtudes, y tuve que bajarla de Internet apenas pude (previo tres intentos fallidos en los cuales bajo el título de I'm Not There me aparecían películas condicionadas). Pero todo el ritual del cine y lo que eso genera, el estar en una sala con un montón de otros fanáticos de Dylan, saber que estoy por ver esa cara bien grande en la pantalla y escuchar esas canciones a un volumen que mi televisión no alcanzaría jamás, hacen que cuando me acomodo en la butaca me sienta como si fuera la primera vez que voy a verla.

Primer escena: una ruta, desde lejos, la moto acelera y cruza la pantalla a lo ancho, mientras el título va apareciendo de a sílabas, jugando con el significado en inglés: "He", "I", "Her", hasta que se completa, "I'm Not There". Acto seguido, aparece su correspondiente (e inexplicable) subtítulo: "Mi historia sin mí". Estalla una carcajada general (realmente no me lo esperaba) que se extiende por la sala entera. A todos nos irritan las malas traducciones (que, además, nos van a torturar a lo largo de todo el film). Sobre todo cuando son así de malas, cuando no se entiende por qué no son literales, por qué se la rebuscan tanto hasta encontrarle un sentido tan pero tan lejos de lo que en verdad significa lo que quieren "traducir". Y me da muchísima risa a mí. Me da risa que esté mal traducido y me da risa que al resto le de risa.

El juego de palabras con el título responde a que son seis los actores que intepretan a Dylan: Cate Blanchett (sí, Cate Blanchett, que además fue nominada al Oscar por su actuación en la película), Christian Bale, Richard Gere, Heath Ledger (aaaaaahhhh), Marcus Carl Franklin (niñito afroamericano de escasos 14 años) y Ben Wishaw. Cada uno de ellos con un nombre distinto (Jude Quinn, Jack Rollins, Billy The Kid, Robbie Clark, Woody Guthrie y Arthur Rimbaud, respectivamente) que encuentra su propio significado proyectado en el mundo dylaniano, cada uno encarnando una faceta distinta de Bob Dylan: "poeta, fraude, profeta, fugitivo, estrella de electricidad".
Pobre mi amiga F. Ella trata de arreglárselas por las suyas, pero cada tanto se da vuelta y me pregunta "quién es ese?" o a veces se lo digo yo antes de que tenga que preguntar nada. Justo a ella le toca esto, ella que se confunde los nombres hasta de sus familiares...Y para colmo, esas facetas, que son fragmentos, pedacitos que intentan retratar al hombre más positivamente irretratable que existe, van apareciendo sin ninguna lógica particular, aparecen cuando se les canta, más o menos como el Dylan de carne y hueso. No hay hilo conductor, no hay orden cronológico. Todo pasa en distintos momentos y al mismo tiempo a la vez. Hay cosas que se dicen, pero mucho más es lo que queda implícito, flotando (o soplando) en el aire. Yo lo entiendo, V también. Pero F no sé. Y es que hay que tener con qué llenar esos espacios vacíos, en negro, que van dejando los distintos Dylanes, que no se tocan casi entre sí.
Yo ya había pensado la primer vez que ví la película (que en el fondo, no se diferencia mucho de ésta vez, que es como la quinta) que para aquel que sabe poco y nada sobre Dylan, esta película puede ser una verdadera pesadilla. Sencillamente te vuelve loco; no hay de dónde agarrarse. O tal vez sí. Lo único lógico, lo único más o menos transparente que pasa en la pantalla, no viene de la pantalla en sí, sino de los parlantes: las canciones. Las canciones, siempre escritas por Bob, a veces en la voz de otros intérpretes, a veces en la de su propio autor, atraviesan I'm Not There como su única guía medianamente coherente.
Aunque no me voy a poner a detallar la sensación eléctrica que me sacude cuando estalla "Stuck Inside of Mobile with the Memphis Blues Again" o "Ballad of a Thin Man" o "Visions of Johanna", "Positively 4th Street" u, obviamente, "Like a Rolling Stone", solamente voy a decir que aplaudo al director y a sus secuaces en lo que se refiere a la selección de temas para la película dentro del extenso repertorio de Bob Dylan: canciones hermosas y que a algunos nos suenan a hogar, combinadas a la perfección con las imágenes. Es ahí donde la película crece: en esos pequeños momentos, bastante efímeros, en los que ante nuestros ojos se materializa por unos minutos un microcosmos impenetrable, hipnótico, extremadamente dylaniano, cuando la frase justa de una canción (frases justas que en la obra de este hombre no son exactamente una rareza, sino que aparecen con inusual frecuencia) se cruza en el momento justo con esa mirada, ese gesto, esa linea.
Así es que pensándolo bien, sí hay una forma para los no iniciados de navegar en medio del huracán Dylan by Todd Haynes y llegar a puerto seguro, una alternativa para que mi amiga F no pierda el juicio en el intento: subiendose a sus canciones, una vez más y como fue siempre.

Promedian las dos horas de proyección y de a poco los actores empiezan a desaparecer del centro. Finalmente, él sí está ahí, porque la última escena la lleva adelante el verdadero Dylan, cuando el primer plano de su cara aparece inesperadamente en la pantalla.
Está ahí, inalcanzable, con su armónica que agoniza el final de "Mr Tambourine Man". Y puedo jurar que en ese momento, en la sala enorme no vuela ni una mosca.





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jueves, 17 de abril de 2008



El aire frío había empezado a colarse por los pasillos laberínticos del subte parisiense, signo infalible de que afuera, en la calle, ya había empezado a oscurecer. M sintió cómo la piel de gallina se extendía por todo su cuerpo y se frotó las manos por los brazos. Le echó una mirada rápida al interior de la funda de guitarra que estaba apoyada en el piso, exáctamente delante de ella. Había una buena cantidad de monedas, media docena de billetes, una lata vacía y unas cuantas colillas de cigarrillo. No había sido el mejor día, pero tampoco el peor. A levantar campamento, pensó para sí misma, y vació el contenido de la funda en los bolsillos del saco de cuero que había conseguido a penas puso pie en París, por un precio más que razonable en el mercado de pulgas que le había recomendado uno de sus últimos ocasionales amigos de ruta antes de partir de Londres.

Mientras se acercaba a la salida, le dió varias vueltas alrededor de su cuello a la bufanda de lana gris y se sacó de la cara los mechones de pelo que se resistían a entrar en la boina ("París no es París sin boina" le advirtió otro amigo viajero, y le regaló la suya).

Era la cuarta parada en el viaje de M, y se podría pensar que tras dos meses de andar rodando por ahí, la capacidad de admirarse frente a las grandes nuevas ciudades se iría perdiendo. Pero nada de eso. Seguía fascinándose con cada nueva calle que conocía, con las personas que iba encontrando en el camino, con cada olor o comida extraña.

M estaba ahora caminando con su guitarra al hombro, tiritando de frío y tosiendo de tal forma que los transeúntes se daban vuelta para ver qué le pasaba a la pobre chica de la tos tuberculosa. Pero ella era feliz, más feliz que nunca.

Desde que partió de su casa, M había trabajado limpiando baños, lavando platos, cocinando pan y siriviendo mesas en bares de las ciudades que visitaba, sin instalarse demasiado en ninguna ni deshacer las valijas por completo. La consigna era recorrer en ese año tanto del mundo como el bolsillo y su físico le permitieran. En cuanto al primero, al no pretender demasiado confort y contar con la capacidad de entablar amistad con casi cualquiera, que generalmente se mostraba más que dispuesto a compartir su techo con ella, hasta el momento no había representado un problema. El físico, por otro lado, ya había empezado a pasarle factura con varias gripes que nunca terminaban de curarse.

Ahora en París, la madrina de la tía del hermano del amigo de su prima segunda, se había ofrecido a hospedarla mientras quisiera quedarse. Madame R era una solterona que vivía sola y estaba feliz de poder contar con otra compañía que no fuera el puñado de gatos que tenía por mascotas. Le gustaba hablar a la señora, tal vez hasta demasiado. Pero M no se podía quejar: techo y comida gratis por tiempo indeterminado, todo a cambio de dedidarle un par de horas de charla después de cenar. Dejando de lado la incontinencia verbal de la que era víctima, Madame R era interesante e inteligente, y contaba con una biblioteca enorme que estaba siempre dispuesta a compartir y discutir con M. Como si fuera poco, la habitación que le había sido destinada era un ático enorme y perfecto, cuya ventana más grande ocupaban casi la totalidad de una pared y desde la cual tenía una vista panorámica del Sena que envidiraría cualquier hotel cinco estrellas . La otra ventana era una redondita y chiquita, que apuntaba directo...a la Torre Eiffel.

Viéndose librada de la obligación de ganar lo suficiente para pagar una renta semanal por una cama donde dormir, M había decidido correr un riesgo y llevar a la práctica el gran lugar común del que tanto había escuchada y del que tanto había hablado: ser una de esos que tocan la guitarra por monedas en el subte de París. Y se daría el gusto de elegir el repertorio que más le gustara a ella y a nadie más, con Joni y Bobby y John, Paul y Ringo y George, aunque no Jimi, por respeto.

Y de ahí volvía cuando la encontramos.
Cruzó media ciudad caminando, nada más que para poder disfrutar París de noche. A pesar del frío y de que los ojos se le llenaran de lágrimas por el viento gélido que los azotaba, ella los abría enormes. Era sábado y las calles estaban llenas de gente, aunque en la medida justa, no tsntas como para molestar.

Casi llegando a la casa de Madame R, pasó por la puerta de un café minúsculo, en una esquina, con un toldo de franjas rojas y blancas, con maceteros florecidos y mesitas para dos en la vereda empedrada, que ahora estaban todas vacías; y escuchó un bandoneón venir de adentro. Miró el interior y vio tres hombres, dos de ellos sentados en una de las mesitas, uno con el bandoneón sobre la falda y el otro cantando, y el tercero, el dueño al parecer, con un repasador en las manos, secando vasos y riéndose de los otros dos. Los tres tenían las caras muy rojas y estaban muy sonrientes, y varias botellas vacías de vino sobre la mesa sugerían el motivo.

M sonrió mientras los veía. Como tantas otras veces a lo largo de su viaje, deseó con toda su alma haber tenido una cámara encima para poder congelar esas imágenes perfectas de lugares perfectos. La misma sensación la había atacado la semana anterior, cuando vio cruzar por la calle a un hombre con una polera blanca y negra con rayas horizontales, bigote finísimo y pañuelo anudado al cuello, andando en bicicleta y cargando en el canasto de adelante una docena de baguettes.

Sin darse cuenta, M se había detenido en el medio de la vereda, con la vista fija en el café del bandoneón, que ahora había apagado sus luces en señal de que los tres hombres se habían ido o a dormir o de juerga.

Algo le cayó en la nariz. Alzó la vista. No estaba demasiado segura, pero parecía nieve. Sí, era nieve. Giró sobre sus talones y vió cómo la luz de las lámparas de la calle y de la luna se reflejaban en los copos que caían entre ella y las torres de Notre Dame un poco más lejos. Otra consgina de su viaje había sido que decidiría sobre la marcha cuánto duraría su estadía en cada lugar. Recordó que T, italiano, el primer amigo que había hecho en su travesía, le había escrito pocos días antes, invitándola a Positano, donde él se encontraba por esos días. Y en ése preciso momento, resolvió que la nieve sobre Notre Dame sería su última imágen perfecta de la perfecta París.

Se cerró el saco de cuero hasta arriba y ajustó más que nunca su bufanda gris. Era tarde, y Madame R debía estar esperándola para cenar y comentar el libro de turno.