lunes, 21 de abril de 2008

Adentro


Datos reelevantes para el que vino directamente a la Sala 1: quien les escribe y sus dos amigas, V y F, después de numerosas idas y venidas, finalmente logramos introducirnos en la función de I'm Not There, película que girta alrededor de la vida de Bob Dylan, de quien V y yo somos fanáticas obsesas. El trailer tal vez ayude a introducir mejor al film:



Vamos entonces a la película propiamente dicha. Yo en realidad, ya la había visto y V también. La paciencia no se encuentra entre mis virtudes, y tuve que bajarla de Internet apenas pude (previo tres intentos fallidos en los cuales bajo el título de I'm Not There me aparecían películas condicionadas). Pero todo el ritual del cine y lo que eso genera, el estar en una sala con un montón de otros fanáticos de Dylan, saber que estoy por ver esa cara bien grande en la pantalla y escuchar esas canciones a un volumen que mi televisión no alcanzaría jamás, hacen que cuando me acomodo en la butaca me sienta como si fuera la primera vez que voy a verla.

Primer escena: una ruta, desde lejos, la moto acelera y cruza la pantalla a lo ancho, mientras el título va apareciendo de a sílabas, jugando con el significado en inglés: "He", "I", "Her", hasta que se completa, "I'm Not There". Acto seguido, aparece su correspondiente (e inexplicable) subtítulo: "Mi historia sin mí". Estalla una carcajada general (realmente no me lo esperaba) que se extiende por la sala entera. A todos nos irritan las malas traducciones (que, además, nos van a torturar a lo largo de todo el film). Sobre todo cuando son así de malas, cuando no se entiende por qué no son literales, por qué se la rebuscan tanto hasta encontrarle un sentido tan pero tan lejos de lo que en verdad significa lo que quieren "traducir". Y me da muchísima risa a mí. Me da risa que esté mal traducido y me da risa que al resto le de risa.

El juego de palabras con el título responde a que son seis los actores que intepretan a Dylan: Cate Blanchett (sí, Cate Blanchett, que además fue nominada al Oscar por su actuación en la película), Christian Bale, Richard Gere, Heath Ledger (aaaaaahhhh), Marcus Carl Franklin (niñito afroamericano de escasos 14 años) y Ben Wishaw. Cada uno de ellos con un nombre distinto (Jude Quinn, Jack Rollins, Billy The Kid, Robbie Clark, Woody Guthrie y Arthur Rimbaud, respectivamente) que encuentra su propio significado proyectado en el mundo dylaniano, cada uno encarnando una faceta distinta de Bob Dylan: "poeta, fraude, profeta, fugitivo, estrella de electricidad".
Pobre mi amiga F. Ella trata de arreglárselas por las suyas, pero cada tanto se da vuelta y me pregunta "quién es ese?" o a veces se lo digo yo antes de que tenga que preguntar nada. Justo a ella le toca esto, ella que se confunde los nombres hasta de sus familiares...Y para colmo, esas facetas, que son fragmentos, pedacitos que intentan retratar al hombre más positivamente irretratable que existe, van apareciendo sin ninguna lógica particular, aparecen cuando se les canta, más o menos como el Dylan de carne y hueso. No hay hilo conductor, no hay orden cronológico. Todo pasa en distintos momentos y al mismo tiempo a la vez. Hay cosas que se dicen, pero mucho más es lo que queda implícito, flotando (o soplando) en el aire. Yo lo entiendo, V también. Pero F no sé. Y es que hay que tener con qué llenar esos espacios vacíos, en negro, que van dejando los distintos Dylanes, que no se tocan casi entre sí.
Yo ya había pensado la primer vez que ví la película (que en el fondo, no se diferencia mucho de ésta vez, que es como la quinta) que para aquel que sabe poco y nada sobre Dylan, esta película puede ser una verdadera pesadilla. Sencillamente te vuelve loco; no hay de dónde agarrarse. O tal vez sí. Lo único lógico, lo único más o menos transparente que pasa en la pantalla, no viene de la pantalla en sí, sino de los parlantes: las canciones. Las canciones, siempre escritas por Bob, a veces en la voz de otros intérpretes, a veces en la de su propio autor, atraviesan I'm Not There como su única guía medianamente coherente.
Aunque no me voy a poner a detallar la sensación eléctrica que me sacude cuando estalla "Stuck Inside of Mobile with the Memphis Blues Again" o "Ballad of a Thin Man" o "Visions of Johanna", "Positively 4th Street" u, obviamente, "Like a Rolling Stone", solamente voy a decir que aplaudo al director y a sus secuaces en lo que se refiere a la selección de temas para la película dentro del extenso repertorio de Bob Dylan: canciones hermosas y que a algunos nos suenan a hogar, combinadas a la perfección con las imágenes. Es ahí donde la película crece: en esos pequeños momentos, bastante efímeros, en los que ante nuestros ojos se materializa por unos minutos un microcosmos impenetrable, hipnótico, extremadamente dylaniano, cuando la frase justa de una canción (frases justas que en la obra de este hombre no son exactamente una rareza, sino que aparecen con inusual frecuencia) se cruza en el momento justo con esa mirada, ese gesto, esa linea.
Así es que pensándolo bien, sí hay una forma para los no iniciados de navegar en medio del huracán Dylan by Todd Haynes y llegar a puerto seguro, una alternativa para que mi amiga F no pierda el juicio en el intento: subiendose a sus canciones, una vez más y como fue siempre.

Promedian las dos horas de proyección y de a poco los actores empiezan a desaparecer del centro. Finalmente, él sí está ahí, porque la última escena la lleva adelante el verdadero Dylan, cuando el primer plano de su cara aparece inesperadamente en la pantalla.
Está ahí, inalcanzable, con su armónica que agoniza el final de "Mr Tambourine Man". Y puedo jurar que en ese momento, en la sala enorme no vuela ni una mosca.





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