martes, 15 de abril de 2008

Perfil(ándome) I: En el camino

Estoy convencida de que hay libros que en determinados momentos y por algún motivo, nos encuentran y nos marcan, al punto de hacernos sentir representados por él, al menos acá y ahora. Yo había estado cerca de un año buscando “En el Camino” de Jack Kerouac sin éxito. Recorrí decenas de librerías y en cada una de ellas, recibía como respuesta una cara de total desconcierto y un “no” seco (generalmente esto pasaba en las librerías de cadenas grandes), o bien me encontraba con la mirada melancólica de algún librero viejo que me respondía con tristeza que no lo tenía, pero que siguiera buscando. Además me había encaprichado en conseguirlo usado, lo que complicó todavía más mi búsqueda. Es que hay pocas cosas más valiosas para mí que el olor a libro viejo, las hojas amarillentas, las anotaciones al margen de un dueño anterior que refuerzan la sensación, casi la certeza, de que un libro es mucho más que una “cosa”.
El mismo día en que, resignada, me había decidido a comprarlo nuevo, me detuve en una librería de usados. Y ahí estaba, delante de todos los demás libros en el estante de “Literatura Universal”, casi esperándome, “En el Camino”. Casi sin creer mi suerte, fui hasta el mostrador, donde el dueño del local me sonrió y me comentó emocionado que ese libro había sido su Biblia cuando era joven. Yo tenía infinitas expectativas puestas en lo que “En el Camino” provocaría en mí, y lo que dijo el vendedor no hizo más que acrecentarlas. En ese momento, sentí una especia de complicidad entre él y yo, una misma búsqueda.
“En el Camino” habla de un escritor, Sal Paradise, que tiene mucho, prácticamente todo de Kerouac, del viaje iniciático que emprendió, que en realidad fueron tres idas y vueltas frenéticas a lo largo y a lo ancho de Estados Unidos, de Nueva York a San Francisco, de Chicago hasta México; habla del vuelco que dio su vida al conocer a Dean Moriarty, que además se convirtió en su compañero de ruta en esa aventura.
Pensé entonces en cómo todos conocemos o conocimos alguna vez a uno o varios Dean Moriartys que sacudieran los cimientos de lo que creemos que somos y que queremos; tuve ganas de subirme al auto destartalado de Dean y de vivir, aunque sea por un tiempo, en la carretera, rodeada de poetas y escritores y yendo a clubes en Nueva Orleans para escuchar hasta cansarme el floreciente be-bop que los fascinaba. Pensé también en que cada persona que leyera el libro seguramente haría una lectura diferente, encontraría su propio reflejo de sí mismo en los personajes; a cada uno, la historia le diría algo distinto.
Es una historia de locos, de viajar no para llegar a algún lado, sino por el sólo placer de estar en movimiento y cambiar y desplazarse constantemente, de vivir en el límite y de hacerlo todo, hasta casi destruirse; también un poco de escapar de uno mismo. Eso, por lo menos, es lo que la historia me dijo a mí, acá y ahora.

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