viernes, 31 de octubre de 2008

Universidad Pública vs Universidad Privada


En los últimos años hemos sido testigos de la aparición/surgimiento de una gran cantidad de universidades privadas. La matrícula de estas instituciones aumenta con el paso del tiempo, mientras que lo opuesto sucede con la universidad pública, particularmente la Universidad de Buenos Aires. Múltiples motivos son los que desembocan en esta situación, en medio una fuerte crisis de la educación pública, en tiempos en que la UBA es blanco de numerosas críticas.

En este marco, resulta fundamental reflexionar acerca de la importancia de la Universidad pública, y, debido a su estrecha vinculación, de esta forma acercarnos a una pregunta fundamental: ¿qué modelo de país es el que buscamos?

Son numerosos los argumentos esgrimidos contra la universidad pública: las cuestiones políticas que se convierten en una realidad sumamente visible y cercana a los estudiantes en términos cotidianos, la fuerte carga ideológica, las irregularidades en el calendario académico, las complicaciones administrativas, las dificultades que para algunos plantea la formación ofrecida, y la lista sigue.

Muchos prefieren obviar estas circunstancias. Las universidades privadas ofrecen un ambiente ordenado y aséptico de estudio: dentro de impolutas aulas equipadas con aire acondicionado, con horarios perfectamente regulado, sin paros docentes que provoquen interrupciones en el curso sin sobresaltos de las clases, los estudiantes se preparan para desempeñarse dentro de una realidad que dista mucho de parecerse a estas cápsulas educativas. Y todo esto, solamente a cambio de una pequeña fortuna por mes.

Es real que la Universidad de Buenos Aires atraviesa tiempos convulsionados. Desde problemas edilicios hasta un caos administrativo, pasando por conflictos gremiales, todo atenta contra la universidad pública. Casualidad o no, júzguelo por sí mismo; aunque es innegable que esto pareciera trabajar curiosamente en función de aquellos que creen que la privatización es la mejor, y tal vez única, solución posible.

Sin embargo la UBA se mantiene en pie, y no sólo eso, sino que continúa formando a los más importantes profesionales del país, contribuyendo con investigaciones y proyectos; sobreviviendo a los obstáculos.

Aún aquello que es señalado como lo peor que tiene para ofrecer, puede ser contemplado como una ventaja, como algo que, en la actualidad, sólo ofrece la educación pública: la universidad debería ser el ámbito de formación política por excelencia, donde se impulse el compromiso y la participación en la democracia, un ámbito de debate y puesta en común, donde el conflicto sea visto como una posibilidad de avanzar con la superación y no como algo que debe ser tapado, evitado. La actualidad nos ofrece un panorama que no concuerda con estas ideas: basta con ver cómo las intervenciones en las aulas de estudiantes pertenecientes a agrupaciones políticas estudiantiles, son vistas como la peor ofensa y posible y comentadas con horror. Tal vez encontramos aquí uno de los motivos que engrosan las listas de estudiantes inscriptos en universidades privadas.

Es necesario reconocer, sin embargo, que las condiciones de cursada, los problemas de calendario, entre otras situaciones, acaban por ir en contra de los principios de la universidad pública. Muchos estudiantes que se ven obligados a trabajar a la par que estudian (los cuales constituyen la inmensa mayoría, y dentro de los cuales, sería lógico encontrar que la mayor parte de ellos es del origen más humilde), viajar desde puntos lejanos de la provincia o aún del país, encuentran imposible sortear estas dificultades extra académicas, por lo cual deben abandonar la carrera, para en algunos casos, aquellos que pueden, retomarla en universidades privadas sin prestigio, pero que tan sólo por pagar por asistir a clases, garantizan un horario ordenado, un trato condescendiente y un título seguro. Actuando como filtro, esto resulta en un estudiantado sumamente homogéneo en cuanto al estrato social del que provienen: clase media, que ha recibido una educación primaria y secundaria casi privilegiada, en su mayoría que no cuenta con su trabajo como único medio para mantenerse, etc.

Lo cierto es que todo en este punto, y frente al hecho innegable de que la educación es la piedra base que define cualquier sociedad, regresamos a la pregunta planteada anteriormente: ¿qué modelo de país pretendemos? ¿Qué profesionales buscamos que guíen su desarrollo? ¿Críticos, cuestionadores, inquietos, capaces de producir su propio conocimiento con las herramientas que les son dadas, o sumisos, conformistas, que tratan de hacer equilibrio sin desestabilizar, sin impulsar cambios, sin arriesgar?

Se trata también de establecer prioridades, de comprometerse con valores. Decir sí a las universidades privadas es aceptar que la educación no es un derecho para todos sino una mercancía negociable, que el conocimiento debe permanecer en manos de pocos, es regirse con las reglas del mercado y no de la equidad de la democracia. La UBA navega en tormentosas aguas, y se las arregla gracias al esfuerzo de docentes con enormes convicciones y compromiso, para seguir a flote; símbolo de la movilidad social que en algún momento permitió (y que aún hoy, a pesar de los obstáculos, sigue permitiendo) que hijos de analfabetos se conviertan en médicos, símbolo del país que muchos queremos.

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